martes, 25 de noviembre de 2008


Fernando del Paso (fragmento)

Ella y yo hacíamos el amor diariamente.

En otras palabras,

los lunes, los martes y los miércoles

hacíamos el amor invariablemente...

Los jueves, los viernes y los sábados.

hacíamos el amor igualmente...

Por último los domingos

hacíamos el amor religiosamente.

Hacíamos el amor compasivamente.

Hacíamos el amor deliberadamente.

Lo hacíamos espontáneamente.

Hacíamos el amor por compatibilidad de caracteres,

por favor, por supuesto, por teléfono,

de primera intensión y en última instancia,

por no dejar y por si acaso,

como primera medida y como último recurso.

Hicimos el amor por ósmosis y por simbiosis:

Y a eso le llamábamos hacer el amor científicamente.

Pero también hicimos el amor yo a ella y ella a mi:

es decir, recíprocamente.

Y cuando ella se queda a la mitad de un orgasmo

y yo con el miembro convertido en un músculo fláccido

no podía llenarla

entonces hacíamos el amor lastimosamente.

Lo cual no tiene nada que ver con las veces en que yo me

imaginaba que no iba a poder, y no podía,

y ella pensaba que no iba a sentir, y no sentía,

o bien estábamos tan cansados y tan preocupados que ninguno de

los dos alcanzaba el orgasmo.

Decíamos, entonces,

que habíamos hecho el amor aproximadamente.

O bien a Estefanía le daba por recordar las ardillas que el tío

Esteban le trajo de Wisconsin

que daban vueltas como locas en sus jaulas olorosas a creolina,

y yo por mi parte recordaba la sala de la casa de los abuelos,

con sus sillas vienesas y sus macetas rosas,

esperando la eclosión de las cuatro de la tarde...

así era como hacíamos el amor nostálgicamente,

viniéndonos mientras nos íbamos tras viejos recuerdos.

Muchas veces hicimos el amor contra natura,

a favor de natura,

ignorando a natura.

O de noche con la luz encendida,

o de día con los ojos cerrados.

O con el cuerpo limpio y la conciencia sucia.

O viceversa.

Contentos, felices, dolientes, amargados.

Con remordimientos y sin sentido.

Con sueño y con frío

Y cuando estábamos conscientes de lo absurdo de la vida,

y de que un día nos olvidaríamos el uno del otro,

entonces hacíamos el amor inútilmente.

Para envidia de nuestros amigos y enemigos,

hacíamos el amor ilimitadamente, magistralmente, legendariamente.

Para honra de nuestro s padres, hacíamos el amo r moralmente.

Para escándalo de la sociedad, hacíamos el amor ilegalmente.

Para alegría de los psiquiatras, hacíamos el amor sintomáticamente.

Hacíamos el amor físicamente,

de pie y cantando,

de rodillas y rezando,

acostados y soñando.

Y sobre todo,

y por la simple razón

de que yo lo quería así.

Y ella también,

hacíamos el amor...

voluntariamente

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