miércoles, 14 de enero de 2009

.El lado biológico de la religión.


Por Raúl A. Alzogaray

La suerte de quienes tenían experiencias religiosas ha variado a lo largo de las culturas y los tiempos. En los grupos tribales, los chamanes eran considerados miembros privilegiados de la comunidad. Durante la Edad Media, en cambio, Juana de Arco y tantos otros desdichados terminaron en la hoguera.

Hasta mediados del siglo XX, la ciencia no mostró demasiado interés por el estudio de las experiencias religiosas. Durante los años ’50 y ’60 se produjo un tímido acercamiento, en general limitado a la obtención de electroencefalogramas de personas meditando. Al finalizar el siglo, los adelantos en computación y tomografía permitieron diseñar experimentos más sofisticados.

Llamados “la década del cerebro” por los avances en el campo de la neurofisiología, los años ’90 presenciaron el surgimiento de una nueva disciplina científica, la Neuroteología, que intenta comprender la relación entre la biología del cerebro y las experiencias religiosas.

Los neuroteólogos han demostrado que la aplicación de un campo electromagnético en el lóbulo temporal induce percepciones sobrenaturales (apariciones, sensación de flotar o abandonar el propio cuerpo). Mediante la tomografía computada se ha logrado mapear la actividad cerebral de personas sumidas en profundos trances meditativos.

La gran pregunta que subyace a la evidencia empírica, es si las experiencias religiosas son una creación del cerebro humano o constituyen una realidad externa que el cerebro percibe en determinadas circunstancias.

Presencias sobrenaturales

Uno de los voluntarios contó que la habitación a prueba de sonidos le había recordado la bóveda de un banco. Dijo que el sillón reclinable donde lo hicieron sentar era como el de los dentistas y que el casco que le pusieron en la cabeza se parecía a los que usan los motociclistas (se trataba, efectivamente, de un casco de motociclista equipado con solenoides, bobinas que generan campos electromagnéticos –CEMs- cuando conducen electricidad).

La única indicación que recibió el voluntario fue oprimir un botón cada vez que tuviera una sensación extraña.

El experimento comenzó. Desde fuera de la habitación, una computadora controlaba los solenoides, alternando la formación de débiles pero complejos CEMs con lapsos de inactividad.

De repente, el voluntario tuvo la inquietante certeza de que una presencia sobrenatural estaba a su lado. Oprimió el botón. La sensación se repitió varias veces a lo largo de la sesión. El voluntario no lo sabía, pero cada vez que los solenoides generaban el CEM, él percibía la presencia.

Con experimentos como este, el neuropsicólogo Michael Persinger y sus colaboradores (Universidad Laurentiana, Sudbury, Canadá) han logrado inducir, en condiciones de laboratorio, lo que cientos de voluntarios describieron como experiencias espirituales o sobrenaturales.

Pero las apariciones no fueron la única sensación inducida. Algunos voluntarios tuvieron la impresión de flotar, volar o encontrarse fuera de sus propios cuerpos. Otros llegaron a pensar que los estaban abduciendo seres extraterrestres.

En un artículo publicado en la revista New Scientist, la psicóloga Susan Blackmore describió de esta manera lo que sintió cuando fue sometida a uno de estos experimentos: “Entonces fue como si dos manos me hubieran agarrado de los hombros y me levantaran... sabía que seguía sentada en la silla reclinable, pero alguien, o algo, me empujaba hacia arriba...entonces aparecieron las emociones...repentinamente me sentí enojada... después, el enojo fue reemplazado por un repentino ataque de miedo. Estaba aterrorizada, de nada en particular...me sentí débil y desorientada durante el par de horas que siguieron a mi salida de la habitación”.

La forma en que cada persona interpreta estas experiencias depende de las emociones, el contexto cultural y las creencias religiosas. Los católicos, por ejemplo, suelen identificar la presencia sobrenatural con Dios o un ángel; personas menos religiosas piensan que se trata de un familiar muerto.

“Todo esto ocurrió en el laboratorio –declaró Persinger a New Scientist-, así que se pueden imaginar que pasaría si la persona está sola, a la noche en su cama o en una iglesia, donde el contexto es tan importante”.

Minitormentas cerebrales

Después de un largo proceso de prueba y error, los investigadores encontraron que un CEM de 1 microtesla rotando en un complejo patrón antihorario y aplicado en la región del lóbulo temporal, produce las sensaciones sobrenaturales (de 1 microtesla es, más o menos, el CEM producido por la pantalla de una computadora).

El lóbulo temporal abarca los lados del cerebro y está asociado con el lenguaje y el pensamiento conceptual. Hay un lóbulo temporal derecho y otro izquierdo y ambos están permanentemente comunicados.

Persinger especula que el CEM produce una “minitormenta eléctrica” que altera el flujo de información entre los dos lóbulos temporales. Eso distorsiona la forma en que el individuo se percibe a sí mismo y al ambiente que lo rodea.

Otros estímulos podrían disparar el mismo tipo de minitormentas: ansiedad, privación de sueño, insuficiencia de oxígeno en el cerebro, cambios extremos en los niveles de azúcar de la sangre, ingestión de drogas, trances inducidos por actividades repetitivas (como ciertos cánticos religiosos).

Existen personas tan susceptibles a la estimulación electromagnética, que las perturbaciones del CEM terrestre que acompañan a los terremotos serían suficientes para producir minitormentas en sus lóbulos temporales. Persinger ha recopilado numerosos ejemplos de picos de informes de avistamientos de OVNIs y otros fenómenos extraños en las semanas previas a la ocurrencia de terremotos.

Voluntarios con antecedentes de experiencias sobrenaturales (solían ver apariciones o sufrir repentinos flashes de imágenes) afirmaron que las sensaciones que les produjo el casco fueron muy parecidas a las que estaban acostumbrados a experimentar naturalmente.

El grupo de Persinger descubrió que variando la naturaleza del CEM se pueden obtener distintos efectos. El pulso Thomas (llamado así en honor al investigador que lo desarrolló) genera la sensación de presencias sobrenaturales. La aplicación de un CEM diferente en otra parte del cerebro, produce sensaciones de relajamiento y placer.

Ser uno con el Universo

La habitación es pequeña. La luz, escasa. Robert, el individuo experimental, está sentado en el piso en posición de loto. Una larga cánula, que sale de una de las paredes, termina en una aguja insertada en forma intravenosa en su brazo izquierdo. Junto a Robert se encuentra el extremo de un largo hilo que conduce a la habitación contigua. El otro extremo del hilo rodea un dedo de Andrew, el experimentador.

Robert se dispone a hacer algo que ha practicado durante años: meditación budista. El lo describe como alcanzar un estado de quietud mental que permite el afloramiento de su ser interior. Para Robert, ese ser interior constituye la esencia de lo que él es, la parte que nunca cambia, lo que permanece cuando se despoja de las preocupaciones, miedos y deseos. Al aflorar su ser interior, Robert deja de percibirse como una entidad aislada. Es esa sensación de “unidad con el Universo” tantas veces mencionada por quienes practican la meditación.

Robert medita. Andrew espera. Al cabo de una hora, siente un ligero tirón en el dedo. Es la señal. Robert le está avisando que se encuentra en pleno trance meditativo. Andrew oprime un botón y una sustancia radiactiva es inyectada en el brazo de Robert. Transportada por la sangre, la sustancia alcanza el cerebro e ingresa a las neuronas, donde permanecerá varias horas.

Cuando una región del cerebro trabaja intensamente, recibe mayor cantidad de sangre que las regiones menos activas. Por lo tanto, las partes del cerebro de Robert que más hayan trabajado durante la meditación habrán recibido más sangre y en sus neuronas habrá ingresado mayor cantidad de sustancia radiactiva. Por el contrario, las partes que hayan trabajado menos presentarán, comparativamente, poca radiactividad.

El paso siguiente es obtener una fotografía cerebral. Andrew la consigue usando una forma especial de tomografía computada que permite determinar la ubicación de sustancias radiactivas dentro de seres vivos. En las fotos del cerebro de Robert, las manchas rojas y amarillas indican zonas con alta concentración de radiactividad. Las manchas verdes y azules corresponden a zonas poco radiactividas.

El apellido de Andrew es Newberg. Enseña Medicina Nuclear en la Universidad de Pennsylvania. Junto con su colega, el psicólogo Eugene D’Aquili, ha estudiado durante años la relación entre las experiencias religiosas y las funciones cerebrales.

En el libro Why God won’t go away [Por qué Dios no se irá](Ballantine, 2001) estos investigadores presentan la evidencia y los razonamientos que los llevaron a creer que las experiencias religiosas pueden ser medidas y verificadas científicamente.

La meditación y la plegaria

Las fotografías del cerebro de Robert muestran que, mientras él medita, hay una actividad inusualmente baja en la zona del cerebro llamada Area de Asociación de la Orientación (AAO).

El AAO está ubicada en la parte posterior del lóbulo parietal y es la responsable del sentido de la orientación en el espacio. El AAO izquierda crea la sensación de ocupar un cuerpo tridimensional físicamente limitado. Su contraparte derecha crea la sensación del espacio físico en el cual existe ese cuerpo. La gente con daños en esta región del cerebro es incapaz de realizar maniobras tan simples como acostarse en una cama. Al intentarlo, se caen al suelo o chocan contra las paredes.

En circunstancias normales, el AAO siempre presenta una alta actividad, esencial para que la persona conserve el sentido de la orientación. Las fotografías tomadas al cerebro de Robert cuando no está meditando muestran el AAO mucho más activa que cuando medita.

Los investigadores repitieron el experimento con otros meditadores budistas y con monjas franciscanas rezando. En todos los casos encontraron el mismo patrón de baja actividad en el AAO. También se produjo la misma diferencia de interpretación que había señalado Persinger. Los budistas sostienen que la meditación les permite alcanzar la unidad con el Universo; las monjas creen que a través de la plegaria se acercan a Dios hasta el punto de fusionarse con él.

Los meditadores y las monjas alcanzan tal grado de concentración que dejan de percibir los estímulos sensoriales del ambiente. Newberg y D’Aquili piensan que al no recibir información sensorial, el AAO es incapaz de determinar los límites del individuo. Entonces lo percibe como infinito y consubstanciado con el Universo.

La fuerza del ritual

Una noche, en la Iglesia Epicospal del Calvario (Pittsburgh) la Paul Winter Consort ofreció un concierto de jazz experimental. El interior de la iglesia, de estilo gótico, estaba apenas iluminado por unas pocas velas. Avanzado el concierto, el conjunto realizó un acompañamiento musical de una grabación que reproducía aullidos de lobos. Avanzado el tema, el saxo soprano se puso a jugar armónicamente con los aullidos y suspiros melancólicos de los lobos.

Súbitamente, uno de los asistentes se puso de pie. Lleno de excitación, la cabeza echada hacia atrás, empezó a aullar. Pronto, otros aullidos surgieron de aquí y allá. Al rato, casi toda la concurrencia aullaba salvajemente.

La estimulación rítmica y repetitiva que caracteriza a los rituales (cantos y danzas religiosas, ciertas formas de plegaria) constituiría otra manera de modificar la forma en que el cerebro piensa, siente e interpreta la realidad. Como en el caso de la meditación, Newberg y D’Aquili creen que ciertas regiones del cerebro se verían privadas de la percepción sensorial cotidiana, tornando borrosos los límites entre el individuo y el resto del Universo.

Eso fue lo que dijeron sentir quienes asistieron al concierto. No podían explicar por qué se pusieron a aullar, pero coincidieron en que fue una sensación placentera hacerlo todos juntos. Tampoco sintieron vergüenza, porque mientras aullaban los embargaba la fuerte convicción de que cada uno sentía exactamente lo mismo que los demás y no era necesaria explicación alguna.

Ciencia y espiritualidad

Los neuroteólogos están construyendo un modelo para explicar las bases biológicas de las experiencias religiosas. Como todo modelo científico, este será puesto a prueba y mejorado a medida que nuevos estudios permitan obtener más información.

Fuera del ámbito científico, individuos e instituciones ya han comenzado a manifestar sus críticas. Se resisten a aceptar que las experiencias más bellas y profundas experimentadas por los seres humanos puedan ser explicadas en términos de funciones cerebrales medibles.

Para Newberg y D’Aquili, esa es una visión pesimista del asunto. El hecho de asociar una experiencia religiosa con cierta actividad cerebral no implica que esa experiencia sea una mera ilusión. El placer de oler y beber un buen vino también produce un patrón específico de actividad cerebral, pero no por eso el vino es ilusorio.

Con los conocimientos actuales, afirman los dos científicos, es imposible establecer si las experiencias religiosas son producidas por el cerebro o se trata de una realidad espiritual que el cerebro está capacitado para percibir.

Persinger, que no es creyente, explica que su objetivo no es determinar si Dios existe o no. Prefiere pensar en las aplicaciones terapéuticas de su descubrimiento. Le gustaría, por ejemplo, aliviar el sufrimiento de los enfermos terminales estimulando sus cerebros con CEMs.

La exploración científica de las experiencias religiosas recién comienza. Quizás algún día se pueda determinar cuál de los dos mundos es real, el que percibimos cotidianamente o ese otro, espiritual, al que se accede mediante la meditación y la plegaria. Si no es que ambos son igualmente reales.

Newberg ha señalado que, así como la naturaleza del electrón sólo puede ser comprendida si se lo considera al mismo tiempo una partícula y una onda, tal vez necesitemos tanto de la ciencia como de la espiritualidad para terminar de comprender qué cosa es la realidad.

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