Un viaje a otras realidades
Por Carlos Martínez Sarasola (*)
En los pueblos indígenas, aquellos hombres de conocimiento encargados del arte de curar -entre otras capacidades- son los que la antropología ha universalizado con el nombre de chamanes. Sus prácticas medicinales las ejercen en un periplo singular -el “viaje chamánico”- que consiste en desplazarse a través de los múltiples planos y dimensiones de una realidad que es entendida y vivida de una manera mucho más compleja de la habitualmente conocida.
Ellos viajan a esos otros mundos en búsqueda de los poderes para luego, ya en este plano, proceder a la curación. En aquel Mundo Invisible se encuentran con fenómenos, seres y entidades espirituales con los cuales interactúan, recibiendo las claves de esta medicina ancestral.
El chamán accede a esos planos y dimensiones a través de distintos procedimientos: cantos, danzas, el sonido de un tambor, la ingesta de plantas sagradas, entre otros. Ellos configuran las “técnicas arcaicas del éxtasis” que los transportan a un estado ampliado de consciencia que los habilita para el viaje.
Ese traslado muchas veces es posible por la acción de animales como las aves, que no solo los guían en el “vuelo chamánico”, sino que los ayudan en sus capacidades, como la de “ver”. Pueden ser también felinos, caballos u otros con los que el chamán está muy familiarizado -sus compañeros animales- pudiendo incluso comunicarse en un lenguaje secreto que solo ellos comparten.
Uno de los momentos culminantes de este viaje es el del regreso, porque hay que saber volver a este mundo. Solo entonces el viaje estará concluido.
Mucho de esto fue lo que viví hace cuarenta años cuando, estando en una comunidad de ava-guaraní del Chaco salteño, fui testigo de una cura chamánica “por succión”. El ipayé -tal la denominación que se le daba al chamán en esta comunidad- era un anciano que se había dedicado previamente a “ver” a la persona que iba a curar. Observándola detectó en su interior el mal que la aquejaba. Luego nos hizo ingresar a la gran maloca y acostó a la paciente mientras el se sentaba a su lado. Pidió un cigarro, encendió un fuego y comenzó a fumar. El humo iba hacia el Mundo de Arriba (una de los paisajes del mundo chamánico) y hacia el pecho de la mujer. El humo del tabaco -principal planta sagrada de América- lo ayudaba a ver aún más a la paciente. De pronto empezó a silbar: el viaje había comenzado. El silbido se volvió más penetrante y el ipayé cada vez más concentrado. Se estaba conectando allí Arriba con el Dios del Viento.
Cuando el trance pareció llegar a su climax, el ipayé se inclinó sobre la mujer enferma y dos veces chupó en su tórax, extrayendo sendos objetos negros brillantes, que mostró y arrojó al fuego.
Había regresado de su viaje con las fuerzas suficientes para extraer la enfermedad, luego de lo cual quedó agotado y durmió tres días seguidos. Poco después se enteró de que su viaje había sido exitoso y que la paciente se había curado.
Por mi parte, había corroborado que los chamanes tienen una sabiduría tan milenaria como efectiva y que realizan hazañas que requieren una importante cuota de valentía. Esos viajes transcurren por territorios llenos de misterios y peligros, obstáculos que el chamán-héroe deberá irremediablemente sortear si es que quiere tener en su misión el éxito que él y su comunidad esperan.
(*) Antropólogo e investigador destacado en la cuestión indígena y la etnohistoria de Argentina.
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