viernes, 22 de mayo de 2009

.Hágase tu voluntad.


Y comenzó a sonar el Ave María. Debían de ser las seis de la tarde, la hora del Ángelus, la hora en que la luz y las tinieblas se mezclaban. El sonido del órgano resonaba en la iglesia vacía, se mezclaba con las piedras y las imágenes llenas de historias y de fe. Cerré los ojos, y dejé que la música se mezclase también conmigo, y me lavase el alma de miedos y de culpas, y me hiciese recordar siempre que yo era mejor de lo que pensaba, más fuerte de lo que creía. Sentí una enorme necesidad de rezar; era la primera vez que eso ocurría desde que me había apartado del camino de la fe. Aunque yo me había sentado en el banco, mi alma estaba arrodillada a los pies de aquella Señora que tenía delante, la mujer que dijo
«sí»
cuando podía haber dicho no, y el ángel buscaría a otra y no habría ningún pecado a los ojos del Señor, por-que Dios conoce a fondo la debilidad de sus hijos. Pero ella dijo
«hágase tu voluntad»
lo mismo que cuando sintió que recibía, junto con las palabras del ángel, todo el dolor y el sufrimiento de su destino; y los ojos de su corazón pudieron vislumbrar al hijo amado que salía de la casa, a las personas que lo seguían y que luego lo negaban, pero
«hágase tu voluntad»
lo mismo que cuando, en el momento más sagrado de la vida de una mujer, tuvo que mezclarse con los ani-males de un establo para dar a luz, porque así lo querían las Escrituras,
«hágase tu voluntad»
lo mismo que cuando, acongojada, buscaba a su hijo por las calles, y lo encontró en el templo. Y él pidió que no lo perturbase, porque necesitaba cumplir otros deberes y otras tareas,
«hágase tu voluntad»
sabiendo que lo seguiría buscando durante el resto de sus días, con el corazón traspasado por el puñal del dolor, temiendo a cada minuto por su vida, sabiendo que estaba perseguido y amenazado,
«hágase tu voluntad»
lo mismo que cuando al encontrarlo en medio de la multitud, no había podido acercarse,
«hágase tu voluntad»
lo mismo que, cuando envió a alguien para avisarle que ella estaba allí, el hijo mandó decirle que «mi madre y mis hermanos son estos que están conmigo»,
«hágase tu voluntad»
lo mismo que cuando todos huyeron al final, y sólo ella, otra mujer y uno de ellos se habían quedado a los pies de la cruz, soportando la risa de los enemigos y la cobardía de los amigos,
«hágase tu voluntad».

Hágase tu voluntad, Señor. Porque Tú conoces la flaqueza de corazón de Tus hijos, y sólo das a cada uno un peso que pueda cargar. Que Tú entiendas mi amor, porque es la única cosa que tengo realmente mía, la única cosa que podré llevar a la otra vida. Haz que se conserve valiente y puro, capaz de seguir vivo, a pesar de los abismos y de las trampas del mundo.

Fragmento del libro " A orillas del río piedras me senté y lloré"

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