Fatigados de tanto peregrinar, comenzamos a recordar que el poder siempre estuvo dentro de nosotros. Movilizarnos fue el pretexto para abrir los ojos del alma, despertar y rememorar que no hacía falta dar un solo paso
para cumplir nuestra misión. Simplemente teníamos que mirar al centro exacto de nuestro corazón, para anclar en la Tierra lo que en otros planos sutiles es una realidad tan palpable y viva como esta. Somos enlazadores de mundos. Vinimos a religar.
Ciencia y espiritualidad confluyen en el milenario saber de que nos movemos dentro de una matriz divina que contiene un infinito campo de posibilidades, donde cada ser humano porta el milagroso don de sumar para realizar el cambio. El amor todo lo puede. Sólo necesitamos armonizar nuestros pensamientos, sentimientos y emociones, con el sabio poder creador del corazón, para manifestar en esta dimensión nuestros propósitos más puros, bellos y elevados.
La danza de la ascensión es mágica. Perfecta. Todo acontece en una grácil sincronía celestial. Micro y macro se espejan. Gaia cumple con los intensos procesos que le posibilitan alinearse con el centro de la galaxia para abrazar un formidable flujo de energía cristalina, al tiempo que nuestros cuerpos evolucionan, se centran e iluminan, desde el corazón, plasmando el cielo en este espacio vibracional denso. Somos los artífices del cambio. Recordá. Nuestra esencia es luz.
El poder de la intención y la nobleza de tu corazón te permitirán reconocer que la nueva Tierra está en tu interior. Eternamente estuvo ahí, esperando que despiertes. Respirá hondo, sentí su amor. Comenzá a vibrarla. Comenzá a amarla. No hay por qué esperar. No hay por qué temer, llorar ni lamentar. Asumamos hoy nuestro derecho divino a liderar y materialicemos el cambio. Sabíamos que el amor iba a triunfar. Disfrutá del camino. Celebrá. Gozá. El cambio ya sucedió.
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