El fin del auto-maltrato
Se trata de desaprender. Como quien pavimenta una calle con alquitrán, capa tras capa tras capa, desde niños, nuestra verdadera identidad fue soterrada con condicionamientos. Por un lado, con lo que nos enseñaron, por otro, con lo que nos auto-impusimos para poder "encajar en el mundo". Fuimos ensayando distintos comportamientos para ser aceptados e insertarnos en la vida. Y cada vez que se ha asomado nuestra verdadera identidad, la hemos empujado hacia el cuarto del fondo, y hemos trabado la puerta. La desconocemos, pues nos hemos habituado a ser el que no somos. Nos hemos auto-secuestrado, y el rescate que pedimos es que los demás nos garanticen que somos queribles, deseables, valiosos, importantes...
Como decía Serrat: "¿Podrán limo y arena volver a la luna llena / rasgar el negro manto del asfalto? ". Hace falta un terremoto interior que rasgue el pavimento. O bien, poco a poco, ir desconstruyendo ese que armamos, para descubrir quién es el que está en el cuarto del fondo. Desaprender implica re-aprender a tratarse a sí mismo. Y desplegar el que verdaderamente somos no se logra a los empujones: el que está en el cuarto del fondo necesita ser liberado de ese auto-secuestro, gentilmente. Al hacerlo nos damos cuenta de que en verdad él era... el amo de Casa, el verdadero dueño de nuestra vida! Siempre lo fue, pero no lo sabíamos. Lo describió Rumi, el magnífico poeta sufi del xiglo XI, diciendo: "Soy el claro núcleo de conciencia / de tu ser, tanto en el éxtasis / como en la fatiga del odio a uno mismo."
La tarea observar cuándo estamos queriendo destilar el mejor jugo interno... exprimiéndonos rudamente como a un limón. Así no!! Esto sólo lleva a la neurosis, al dolor. Desaprendámoslo ya. Existe en Oriente un mantra que nos enseña la actitud exacta. Es tan desacostumbrada para nuestra cultura, que necesitamos explorar de qué se trata. Se pronuncia "Om namah shivaia". Su significado es: "Yo me honro a mí mismo". Vale la pena repetirlo así, en nuestro propio idioma, en cualquier momento del día, y dejar que su sentido íntimo se nos revele. No refiere al narcisismo, sino al cuidado afectuoso de nuestra dignidad esencial: en los vínculos que elegimos, en lo que comemos, en cómo invertimos nuestro tiempo, en la manera de pedirnos a nosotros mismos dar lo mejor de sí. Sólo desde esa actitud podemos desaprender el auto-anulamiento. V. Gawel
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